“Gracias a la inteligencia de mi maestra, su comprensión y su tacto amable, fueron tan hermosos los primeros años de mi educación.
Ella aprovechaba el momento oportuno, para impartir los conocimientos de manera que me resultasen agradables y aceptables. Sabía que la mente infantil es como un arroyo profundo, que juguetea alegremente recorriendo el curso pedregoso de su educación, reflejando aquí una flor, allá un matorral o una nube de algodón; ella procuraba guiar mi mente por su camino, sabiendo que, como el arroyo, recibiría agua de las montañas y de manantiales ocultos, hasta ensancharse y convertirse en un río profundo capaz de reflejar en su plácida superficie los montes majestuosos, las sombras luminosas de los árboles y los cielos azules, pero también la deliciosa carita de una flor.
Cualquier maestro puede llevar al niño al aula, pero no todos saben hacer que aprenda. El niño no trabaja con alegría si no siente que suya es la libertad, ya esté trabajando o descansando; tiene que sentir la emoción de la victoria y el peso de la decepción, para acometer con ganas las tareas que le disgustan, y decidirse valientemente a atravesar bailando la aburrida rutina de los libros.
Mi maestra está tan íntimamente ligada a mí, que apenas tengo idea de mí misma sin ella. No sabría decir hasta qué punto es innato mi amor por todo lo hermoso, y hasta dónde se debe a su influencia. Todo lo mejor de mí le pertenece: no tengo ni un talento, ni una inspiración, ni una alegría que no haya despertado gracias a su influencia cariñosa”
“La historia de mi vida” (Helen Keller).(Dedicado a su profesora Anne Sullivan)