Compruebo como en los últimos años se ha producido un efecto social muy curioso: si durante décadas el halo de las estrellas en campos como el deporte, la música, el cine, etc. marcaban el sueño de un estilo de vida ideal – e inalcanzable – casi sin matices para el grueso social, un amplio segmento de nuestra sociedad, de un tiempo a esta parte, encuentra gran atractivo en lo que hacen otras personas tan comunes como ellas en esos campos. Buena nota de ello han tomado programas de televisión como Go Talent o Masterchef o dan fe desconocidos bloggeros que acaban contando con miles de seguidores hambrientos de sus nuevas entregas. En la misma línea es llamativo comprobar como los adolescentes visualizan vídeos en internet en donde otros adolescentes interpretan canciones de temporada de artistas internacionales con mayor interés que la del propio renombrado vocalista, de quien a lo mejor ni han visto el vídeo.
Si anteriormente se admiraba lo que alcanzaban las estrellas glamurosas del cine o el deporte y sobre ese logro se construía el sueño del éxito personal de numerosos individuos, actualmente los seguidores de este incipiente culto, aunque puedan persistir en esa admiración, se sienten imantadas también a aquellas personas que parecen esconder el valor innato con un estilo propio. Se trata de un inherente elixir del género humano perseguido a lo largo de su historia pero que actualmente parece haber adquirido una exponencial y tangible probabilidad de hacerse realidad, como si de repente las nuevas tecnologías nos hubieran regalado un escalón intermedio: ¿y si yo también dispongo de un don especial? Lo he comprobado cercano en otros como yo.
Estimo que hay muchas posibles razones que explican este fenómeno, entre otras:
– Hay un gran deseo de identificar modelos sociales más cercanos (¿es posible que ello esté relacionado con el surgimiento de nuevos partidos políticos en los últimos años?), modelos sociales que tienen más de «por hacer» que de «efectivamente hechos».
– La liberación que han generado las nuevas tecnologías, y especialmente su expresión a través de las redes sociales, ha producido que el valor de las cosas se «viralice» rápidamente, pero que precise una aportación con toque personal, una aportación que se interprete como única y que antes no era capaz de exteriorizarse al establecerse la comparación con ídolos inalcanzables que no habíamos visto madurar en el árbol.
– Se está buscando que florezca la semilla abonada en el terreno de lo vulgar (no entendido este concepto como algo carente de valor sino como un mecanismo conjunto de admiración de la masa humana que se acepta como tal) a través del reconocimiento de los límites reales y todo el potencial de la propia persona y del entorno más cercano, que en última instancia es con quien y en donde nos toca vivir – o buscar vivir- felizmente a diario.
– Se ha segmentado el sueño: una parte es totalmente estática y anhela verse reflejada boquiabierta en ídolos, otra parte es totalmente dinámica y mueve a la propia acción admirando con los ojos como platos modelos de carne y hueso como nosotros; con esta parte siempre empatizaremos mucho más porque suele tener alopecia, migraña y le cuesta pagar mensualmente la hipoteca.