No sé si han leído el magnífico libro de la investigadora Wendy Suzuki titulado “Cerebro Activo, vida feliz. Transforma tu cuerpo y tu mente y vive mejor”. Constituye un viaje apasionante para entender nuestro cerebro y algo que, aunque evidente, no por eso deja de ser sorprenderte: cómo interactúa esa “caja de todo” con nuestra realidad – tanto es así que la llega hasta crear – a través de un complicado engranaje de neuronas, glías, sinapsis, practicidad cerebral, neurotransmisores, espinas dendríticas, etc., etc.
Me llamó la atención (¿y qué no me llamó la atención de esas páginas?) el hecho de que según señala la autora diversos estudios afirman que cuando llegamos a la edad adulta sólo hay dos áreas en donde puede producirse neurogénesis (nacimiento de neuronas nuevas), a saber, el Hipocampo – clave en la memoria a largo plazo y el estado de ánimo – y el Bulbo olfatorio – área cerebral encargada del sentido del olfato y que, por tanto, contribuye también al sentido del gusto. Pese a la complejidad de profundizar en esta materia si nos preguntaran de entrada cómo activar nuestro Hipocampo, la gran mayoría de los mortales encogeríamos los hombros; sin embargo, la misma pregunta dirigida a poner en marcha el Bulbo olfatorio, tengo el convencimiento de que alguna solución inmediata se nos ocurriría.
Hace un par de meses explicaba a mi hija de cinco años el aprendizaje por el tacto de las personas que nacen sordomudas y ciegas. No sé si internamente se maravilló de esa capacidad humana, me sorprendió más a mí un hábito que ella parecía dominar y que me trasladó desde su incipiente vocabulario al terminar mi explicación. Como siempre viniendo de un niño ¡asombroso!: “Pues en el cole cuando la seño no sabe de quién es un babero nos lo da a oler y le decimos de quién es”. Tristemente sin palabras y maravillado. Y no subrayo mi tristeza en línea con aquellos educadores que seguramente cuestionen la dignidad de la niña por el modo de llevar a cabo un encargo de ese tipo en el sacrosanto tabernáculo del aula – ¡qué gran enemigo de la creatividad son los prejuicios! -, lo digo más bien por la dejación de funciones que hemos llevado a cabo en nuestra vida en relación con este sentido y que se merecería a todas luces que, en este caso sí, nos colocaran mirando a la pared durante una buena temporada y a copiar mil veces “Olfatearé mucho más cada día”.
La gran mayoría de las personas ignora este sentido, como el otro casi arrinconado llamado tacto. ¿Algún arquitecto incluye en el diseño del inmueble el tema de los olores? ¿Seríamos capaces de descubrir veinte olores diferentes en nuestro hogar? ¿Sabemos a que huele nuestro barrio? ¿Mi empresa se distingue de otras por el olor? Una sencilla receta que creo que he comentado en alguna que otra ocasión: dedica cada día de la semana a experimentar el potencial de un sentido concreto, hazle protagonista de ese día.
Mucha gente utiliza los perfumes en momentos especiales, tal vez haya llegado el momento de “perfumar” continuamente nuestro cerebro porque, además de ser un órgano a todas luces muy especial y se lo merece, damos mayor cabida en nuestras vidas a este sentido olvidado simplemente por una gran utilidad práctica en donde profesional y empresarialmente hablando aun no atisbamos completamente su horizonte de posibilidades. Una manera muy natural de – favoreciendo la neurogénesis – tener conciencia de que nos autocreamos saludable y gustosamente… Es cuestión de “mente”.
Resulta curioso que los últimos post se han ido ligando a los sentidos y es que la creatividad está al alcance de nuestra mano, de nuestro oído, de nuestra boca, de nuestro oído y, por supuesto, de nuestro olfato.