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“Mi hija es muy creativa porque aun no sabe conducir”

Hace unos días viendo un telediario vespertino los ojos de mi hija pequeña de 5 años y los míos se clavaron asombrados en una noticia que hacía referencia a un gran centro comercial en Dubái que abría de par en par sus puertas para que irrumpieran a la carrera cientos de mujeres con sus hijos de la mano en busca de las gangas más interesante. Como en cualquier país de occidente se sucedían las carreras, los empujones, la búsqueda frenética de prendas en los mostradores, etc. El sesgo de la escasez, por lo visto, en cualquier lugar del mundo encuentra el mejor de los acomodos en estos escenarios. La única diferencia notable con, por ejemplo, esa misma acción un día de grandes ofertas en Londres o en Madrid, residía en que todas aquellas mujeres corrían ataviadas con sus burkas negros que solo dejaban entrever sus miradas, en tal cantidad que a los treinta segundos ya no se podía vislumbrar el suelo de la gran superficie siendo éste sustituido por una gran sábana de color oscuro. Pero si algo me llamó aun más la atención fue el comentario de mi hija ante algo que para ella era radicalmente llamativo: “Y si un niño se pierde ¿cómo encuentra a su madre?”

 

Por mucho que tiendo a profundizar a diario en la creatividad no deja de sorprenderme la manera de observar de los niños. No sé cómo consiguen siempre subirse al mejor de los escenarios posibles para observar y distinguir lo significativamente único. Me gustaría aportar una explicación plausible a esta facilidad de conectar con lo que a los mayores se nos suele pasar de largo. Pienso que en el fondo hay una razón automovilística en todo ello: no saben conducir.

 

Uno de los hábitos ligados a la conducción es la obligación de mirar una y otra vez por el espejo retrovisor. Si nos colocáramos en una noche oscura conduciendo por una carretera comarcal entre una miríada de grandes cipreses que no dejan que la luz de la luna alcance el asfalto – algo así como la noche oscura de nuestra creatividad –, si claváramos los ojos en el espejo retrovisor – algo así como traer del pasado recursos imaginativos – ¿Qué nos podría ocurrir? Que no viéramos nada de valor ante la oscuridad total que está detrás de nosotros, que la luz cegadora de un vehículo que nos sigue nos deslumbrara desconcertándonos durante un tiempo, o, y especialmente importante para un creativo, no identificar las oportunidades que nos brinda el escenario que tenemos delante de nosotros.

 

El amplio bagaje que llevamos consigo – algo así como mirar insistentemente por el espejo retrovisor de nuestro auto -, el filtro de la experiencia, el ancla de la inercia, el temor al riesgo de la inseguridad y la incertidumbre, entre otros muchos destellos cegadores, nos impiden contar con la frescura requerida para identificar los matices únicos que los acontecimientos únicos muestran ante nosotros. De este modo nuestros modelos de negocios clavan sus ojos continuamente en el espejo retrovisor de nuestra empresa.

 

Irremediablemente nuestros hijos acabarán aprendiendo a conducir, hasta que llegue ese momento… feliz viaje creativo.