Uno de los ejercicios mentales impresionantes que requieren mayor destreza en la cocina – junto al hallazgo de la pareja de un calcetín en el proceso de lavado – es el de casar el recipiente de un tupperware con su tapadera correspondiente de cierre. El otro día sufrí personalmente tal diabólico jeroglífico con el objetivo de proteger unos macarrones. Mi intención era loable a la par que simple: ligar las dos piezas exactas que conforman una unidad perfecta entre varias decenas de unos y de otras que guardamos en un cajón bajo la encimera. Quimera, no lo conseguí. Aquello escapa a todo proceso que guarde relación con la tranquilidad emocional y el éxito para abrirte a un universo de sensaciones relacionadas con los deseos de gritar, llorar y destruir.
Algo así ocurre con las ideas. El proceso de gestión de una buena idea requiere que previamente ordenemos nuestras percepciones sistemáticamente para facilitarnos el trabajo de interrelacionar conceptos dispares.
Aquí viene al caso recordar como Thomas Edison conservaba todo aquello que le llamaba la atención en decenas de cuadernos para posteriormente revisarlos concienzudamente en busca de conexiones únicas. Mi experiencia me dice que cuando cuentas con varios cuadernos de ese tipo la lectura de revisión se vuelve complicada. Son demasiadas ideas sueltas y alejadas en sus contenidos en muchos casos diametralmente y la búsqueda posterior se vuelve compleja. Una opción interesante para ordenar en cierta manera el caos de la recopilación asistemática es simplemente puntear con rotuladores de colores diferentes el inicio de cada una de las observaciones detectadas en función de una serie de categorías clave (sensaciones, tecnología, experiencia de usuario, idea rompedora, etc.). El punteo ha de llevarse a cabo ese mismo día una vez repasadas las anotaciones diarias en el escritorio, viajando en algún transporte público o en una cafetería. Hemos de procurar que no excedan de diez las categorías. Es verdad que pueden surgir muchas categorías, en este caso te animo a que emplees un color determinado como cajón de sastre para aquellas observaciones que no encajaran correctamente. En este sentido la búsqueda visual se hace sumamente más sencilla.
Estoy convencido que deben existir programas informáticos para registrar todas estas anotaciones pero yo soy muy clásico, adoro el tacto de las hojas, el color de las mismas pasado el tiempo, el olor del cuadernillo y, entre otras experiencias sensoriales, mi estilo de escritura – en muchos casos casi ilegible – que demuestra mi estado de ánimo o mis prisas en el momento en que tomé la correspondiente nota.
Cocinar una idea requiere su tiempo, de un enlace extraordinario que se genera, no sé cómo, en nuestro cerebro cuando menos – literalmente – lo pensamos. Salta la chispa y lo prende todo. Lo que es cierto es que precisamos de un encuentro de sistematización de las observaciones, de esos pequeños apuntes captados en momentos de plena atención o insospechados que inicialmente nos generan interrogantes y que posteriormente, en un encaje magnífico tipo tupperware dócil, adquieren una lógica original y única.