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“¿Somos río o somos mar?”

Si hay dos conceptos que se han ligado en los último años de un modo significativo y que estoy convencido que permanecerán íntimamente unidos durante mucho tiempo son los términos “oportunidad” y “amenaza”, tanto es así que los responsables de garantizar la actualización de los diferentes diccionarios en las diversas lenguas planetarias ya deberían estar buscando una terminología oportuna para identificar el nuevo significado, porque este ha llegado y viene para quedarse.

Y es que si hace algunas décadas era posible dejar pasar oportunidades en los escenarios empresariales o profesionales a un riesgo relativamente bajo, ese planteamiento ha pasado a mejor vida. Bastaba una ligera innovación incremental en nuestro producto o servicio o una acción de marketing puntual para poder paliar los efectos del cambio y equilibrar el ritmo mantenido hasta la fecha para ir tirando hasta la próxima. Pero la revolución de la información que irrumpió a su vez con la revolución tecnológica consecuencia de la llegada fundamentalmente de internet liberalizó el conocimiento, dio altavoces a las hormigas y estrechó de una manera exponencial los tiempos y si antes podíamos dejar pasar una oportunidad, actualmente, ignorarla – o no detectarla – se traduce en sentir el maloliente aliento de la amenaza de defenestración de nuestro negocio en el cogote, anticipo del final.

Si anteriormente sonaba a un tanto esnob lo de “todo es una oportunidad para crecer” y suponía un lema ideal para ser colocado en el frontispicio de la puerta de nuestra oficina o a la espalda de nuestro sillón como elemento motivador – curiosamente por su posición de los que nos venían a visitar -, en este preciso momento, y precisamente por la íntima relación que anteriormente señalaba, la oportunidad es la piedra angular que mantiene en pie todo nuestro edificio empresarial y profesional sin ningún género de dudas.

Observo un riesgo llamativo pese a este alud que se nos ha venido encima. Seguimos tendiendo a gestionar solo conocimiento de manera insistente. La educación reglada se ha encargado de ello desde los albores de nuestra tierna infancia y como no podía ser de otro modo ha dejado su impronta. Nuestro mecanismo de percepción de los hechos es algo así como un gran río al que solo le llega agua dulce de los mismos afluentes de agua dulce. Cocinamos una y otra vez con los mismos elementos, eso sí, los mezclamos para probar nuevas texturas pero al fin y al cabo los resultados en términos de probabilidad son los que son. Pero ¿qué hay de discurrir con escenarios aleatorios? ¿qué hay de preguntas únicas y radicalmente extrañas? ¿qué hay de cambiar de cabo a rabo el paradigma de nuestros modelos de negocio? Lo que resulta tremendamente curioso es tanta cantidad de agua dulce para acabar salada en el mar. ¿Somos río o somos mar? Suena casi poético pero esconde la realidad del destino un tanto trágico sobre los esfuerzos diarios de gestionar solo, solo conocimiento.