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Organizaciones con un toque de locura

Las organizaciones que más nos atraen son definidas como entidades vivas. En el fondo representamos a Google o a Apple como la suma de miles de individuos que perfectamente armonizados y alineados en torno a parámetros de felicidad casi paradisiacos y a una productividad absoluta dan vida propia a un individuo único, diferenciado e independiente. Y la literatura empresarial emplea esta metáfora porque en el fondo las capacidades, habilidades y funcionalidades de las personas nos atraen y nos encantaría que nuestras empresas se asemejasen a esa suma de emociones, disciplina, relaciones o genialidad que identifica, como prueban tantas conquistas alcanzadas a lo largo de la historia, a los seres humanos.

Pero ese interés en humanizar a las empresas y colectivos – que considero totalmente necesario – no nos puede hacer perder la perspectiva de que también las propias personas pueden sufrir disfuncionalidades que las mismas organizaciones pueden llegar a asumir inconscientemente, ignorando dichas anomalías. Y si estas disfuncionalidades nos producen asombro al comprobar como otras personas las sufren, en las organizaciones nos pueden pasar totalmente desapercibidas.

He aquí algunas curiosas enfermedades que inconscientemente pueden padecer nuestras empresas o afectar a nuestro propio estilo profesional (en esta relación inciden principalmente en el largo plazo, en la capacidad de innovación, en la generación de valor y en la perspectiva del cliente).

Haz un chequeo médico a tu modelo de negocio y comprueba que no padeces ninguna de estas enfermedades:

a.) El síndrome de Korsakov: Las personas que sufren esta anomalía aparecen ancladas en un momento histórico concreto. No tienen memoria presente, la pierden pasados unos minutos o unos pocos segundos. En este grupo identificamos aquellas organizaciones que no se adaptan a un escenario de cambio continuo. No toman el pulso a la realidad cambiante y mantienen fórmulas de gestión en donde la observación, el cuestionamiento, el análisis y el tratamiento de la información y la experimentación no están presentes. Incluso en muchos casos el éxito ha generado una perspectiva cortoplacista, limitada a las perecederas ventajas del día a día.

b.) Ecopraxia: necesidad irrefrenable de imitar los movimientos de otras personas. Englobamos en esta categoría la tendencia de numerosas empresas a copiar sin cuestionar el aparente éxito de otras. No existe una transposición reflexiva a la realidad concreta de la entidad que desea absorber valor sino un simple y puro copia y pega. El nivel de innovación propia, de generación de soluciones pioneras, que ha de tensionar los modelos de negocio se resiente enseguida y limita y retrotrae su crecimiento.

c.) Agnosia: desaparece la capacidad de representación e imaginación, todo sentido de lo concreto, todo sentido de la realidad. Domina la globalidad pero se escapan los detalles (como apunta el doctor Oliver Sacks). “Abstracciones sin vida”. Las entidades de esta categoría no diseñan soluciones a la medida del estado completo de satisfacción de

los clientes, llevando a estos más allá de lo esperado, sino que desarrollan servicios y productos genéricos que les dejan siempre a la puerta de algo único y no basan su diferenciación en una innovación en valor sino en la pugna sistemática de enfrentar calidad-precio.

d.) Prosopagnosia: no se identifican las caras de las personas. Ni son imaginadas ni recordadas. El cliente es percibido dentro de este grupo como una masa informe y despersonalizada encajonada en bordes nebulosos como la edad, el estado civil o la profesión y alejado de cualquier concepto de comunidad y rol específico que ofrece lazos de captación, retención y de fidelización únicos. El cliente no está en el centro de la organización, es la pesada carga que no se está quieta en nuestro camino.

Foto: <a href=»https://www.freepik.es/fotos-vectores-gratis/fondo»>Foto de Fondo creado por kues1 – www.freepik.es</a>