Esta semana pude asistir a una charla sobre los riesgos de las redes sociales, e internet en general, en las adolescentes organizada por el colegio de mis hijas. Charlas como éstas se suceden continuamente pero algo especial hacía única esta exposición y le daba un toque impactantemente creativo. Eran las propias niñas las que tomaron la palabra y solo ellas las que explicaron desde su perspectiva personal el funcionamiento de las mismas, lo que les mueve a dedicarles tanto tiempo y, por supuesto, los riesgos que perciben.
Además de esa ingenuidad especial que encierra disponer a diario de esa edad – que más que un peligro es un lujo, y que les movía a advertirnos seriamente a los asistentes, en su totalidad padres y profesores, que algunos vídeos podrían herir nuestra sensibilidad – es importante tener en cuenta que su mundo y el nuestro son exactamente el mismo en términos de dar respuesta a necesidades pero que la diferencia se encuentra en cómo lo interiorizamos a través de un cúmulo significativo de genética y experiencia aprendida. Y el adulto tiene demasiada de esta última.
Pongamos un ejemplo, ampliable a todas las aplicaciones sociales. LinkedIn tan empleado por los adultos satisface en última instancia nuestro interés de mostrar lo mejor de nosotros, en concreto, de nuestro éxito y perspectiva profesional. Entendamos éxito como la realidad profesional, lo más edulcorada posible en términos de veracidad, que evite cualquier duda de impericia en nuestro sector y que consecuentemente nos aislase del grupo, y perspectiva como el deseo rotundo de que los otros identifiquen que estamos en la mejor de las ondas posibles. Exactamente la misma obsesión que tiene una adolescente por subir incansablemente fotos a su perfil de Instagram: enseñar ese mundo perfecto en el que ella confía para no ser ignorada.
El punto de inconexión, extrañeza y rechazo del mundo del otro se encuentra en que adultos y adolescentes – aunque mucho más los adultos por nuestra gran carga de experiencia – valoramos la expresión del interés del otro grupo desde los parámetros de interés del nuestro. Por este motivo ningún CEO que se precie sube a su perfil de LinkedIn una foto mostrando sus morritos en un selfie. Como tampoco un adolescente aprovecha Instagram para llevar a cabo vídeo que presente un estudio de métricas que optimicen su rendimiento académico.
La lectura de un mundo con las gafas de otro provoca en concreto en el adulto, como se reflejó en la charla del colegio de mis hijas, una sinfonía de prevención de terribles riesgos en cadena que pude vivir en la charla del colegio. Ese rapero que en Youtube da muestras de una ordinariez y machismo exasperado hacen temblar a los padres: sexo, vulgaridad y depravación. Términos que surgen de nuestro interés, evidente y loable de proteger a nuestras hijas, y de nuestra propia experiencia asociada a ciertos estilos de vida. Yo estoy convencido, y así me lo corroboraron las adolescentes que hablaban con tanta naturalidad, que para las adolescentes no son más que ritmo pegadizo (y lo que ello implica en su cerebro que ya es más que suficiente). Apelamos al subconsciente, que esas imágenes están predeterminando irremediablemente su visión y comportamiento a futuro en la línea apocalíptica que intuimos condena al vocalista macarrónico. Yo no tengo un oráculo, pero sinceramente ¿alguien que supere los cuarenta años se ha vuelto más ecologista por haber escuchado durante largas horas de desplazamiento camino de la playa para pasar las vacaciones en familia la canción de los “Pajaritos a bailar” de María Jesús y su acordeón?
No soy un defensor de rap, musicalmente no lo entiendo ni me atrae. Como cualquier padre hago una lectura del mismo desde mi visión de adulto pero creo que es un error hacer entender al adolescente desde nuestra perspectiva que aquello que solo le genera un ritmo llamativo y pegadizo es una confabulación de males, porque tal vez, les abramos los ojos a una puerta en la que ni siquiera – porque ni les interesa – habían reparado. Tal vez no sea una gran idea hacerles ver lo que no ven.
No se trata como padres de hacer dejación de funciones ante internet. Es atender allí donde existe un serio y vital peligro para los menores (pederastas, bullying, etc.) y que ellos disfruten de nuevas venas musicales como otros se enloquecían con el punk, el heavy o el flamenco sin que ahora sean zombis que vagan sin razón ni horizonte por el mundo. En internet no ignores los riesgos, pero los riesgos que merecen la pena no ser ignorados.
Foto: <a href=’https://www.freepik.es/vector-gratis/fondo-de-fiesta-junina-con-hombre-tocando-un-acordeon_2202365.htm’>Vector de Fondo creado por freepik</a>