¿Qué persigue realmente esa búsqueda lo más rigurosa y científica posible en el plano de la metodología creativa? La pregunta que dejamos pendiente en la entrada de blog anterior.
El santo grial que persigue esa búsqueda es simple y llanamente la seguridad. El elixir mágico que aporte una solución definitiva. Pienso que de entrada el término creatividad es antagónico con el de seguridad. David Bohm ofrece una pista “razonable” en este sentido: “La originalidad y la creatividad empiezan a emerger, no como algo que es resultado de un esfuerzo por alcanzar una meta planeada y formulada, sino como el subproducto de una mente que está logrando un orden de funcionamiento casi normal. Ésta es la única forma en que pueden surgir la originalidad y la creatividad, pues cualquier intento de alcanzarlas a través de acciones o ejercicios planificados es una negación de la propia naturaleza de lo que uno espera conseguir”. Las metodologías creativas tratan de encauzar ese “capital creativo” de la persona, la capacidad propia de la persona de una búsqueda continua de diferencias significativas entre los hechos en sí y nuestras ideas preconcebidas. Ambos elementos – hechos en sí e ideas preconcebidas – son elementos de cambio continuo. Lo que hemos de identificar como imperecedero es el equilibrio ante el cambio creativo que se autoconstruye la persona de manera excepcionalmente única, como si se tratara de un artista ante lienzos que se le presentan en blanco una y otra vez y le hacen generar un estilo propio.
Me gustaría traer a colación una carta de Vincent van Gohg a su hermano Teo (“Cartas a Theo”. La Haya. Abril 1882) para reforzar este enfoque: “Míralos: están brotando y están sólidamente arraigados. En cierto sentido, estoy contento de no haber aprendido a pintar. Quizás hubiera aprendido también a dejar pasar inadvertidos efectos de esa clase. En cambio, ahora digo: no, esto es precisamente lo que debo lograr; si no es posible, no es posible, pero debo intentarlo, aunque no sepa cómo hacerlo. Yo mismo no sé cómo lo pinto; me instalo, me siento con una tela en blanco frente al lugar que me atrae, observo lo que tengo ante los ojos, y me digo: ese lienzo debe convertirse en algo. Regreso insatisfecho. Tras haberme calmado, vuelvo a observarlo con una cierta angustia. Continúo insatisfecho, porque tengo demasiado metida en la cabeza esta naturaleza maravillosa para poder estar contento; mas pese a ello, percibo en mi obra un eco de lo que me ha impresionado. Veo que la naturaleza me ha hablado, me ha contado algo que yo he recogido en taquigrafía. En este lenguaje taquigráfico puede haber palabra ininteligibles, fallos o lagunas; sin embargo, queda alguna cosa de lo que el bosque, la playa o la figura me dijeron. No es un lenguaje neutro y convencional, artificial, sino producto de una manera de hacer y de un sistema sabio”.
Las metodologías ayudan a encauzar, ofrecen pistas sobre soluciones puntuales para momentos temporales concretos intentado que el interlocutor descubra posibles cauces para intentar despertar su propio capital creativo. Los creadores de estas metodologías ofrecemos nuestra visión personal que une elementos de nuestra impronta con una lectura aproximada y cercana del entorno empresarial – que es el caso que nos ocupa -, que a su vez se encuentra en frenético cambio. Pero siempre existirá una visión renovada de los hechos en fase de comprensión de los mismos y que es fruto de nuestro peculiar capital creativo. Se pueden ofrecer pautas para esta eclosión que parecen atemporales (el concepto de conexión, favorecer la visualización, trabajar preguntándonos insistentemente…) pero en última instancia la transformación creativa es patrimonio personal del individuo.