No olvidemos que todo modelo de negocio, por muy firme y competitivo que se muestre en la actualidad, el del Google, el de Zara, el de Amazon, o como le puede ocurrir a su negocio, está acechado por el principio científico de metainducción pesimista que la serotonina nos hace ignorar. Este principio promulga que ya que muchísimas de las teorías científicas de épocas pretéritas han resultado erróneas hemos de asumir que las teorías actuales también acabarán por declararse incorrectas más pronto o más tarde.
Algo llamativo: hasta el siglo XIX era preferible no acudir al médico cuando tenías una enfermedad. El riesgo de acabar peor tras ponerte en manos de un sanador de esa época era estadísticamente muchísimo más elevado. Cuando Lincoln sufría agonizante tras el atentado perpetrado en el Teatro Ford se le aplicó «tintura de momia». Un producto que resultaba de reducir las momias a polvo y que se aplicaba además para la epilepsia, salpullidos, migraña, úlceras, fracturas, etc. Si esa solución se le aplicaba al presidente de Estados Unidos que se le aplicaría a un jornalero de la España profunda del siglo XIX. En la misma línea una suerte terrible corrían los jóvenes pelirrojos de exactamente 24 años en el siglo XVII como condimento esencial de la solución médica que lo curaba todo.
Cualquier teoría, y por supuesto incluimos las que afectan a los modelos de negocio empresariales, está sometida a dos leyes y solo a dos leyes universales (Karl Popper):
a.) Las teorías se sabe que son incorrectas, ya que fueron contrastadas y adecuadamente refutadas.
b.) Las teorías que todavía no se saben que sean falsas, todavía no han sido refutadas, pero están expuestas a que se demuestre que son incorrectas.
La clave radica en saber cuándo el modelo de negocio exitoso actual será refutado, y lo que es más terrible: ¿cuándo le llegará el turno a mi negocio?