La teoría de las ideas fue el centro de la filosofía platónica. La idea, en sí, era para el filósofo tan importante que el mundo que nosotros definimos como real simplemente era, en el mejor de los casos, una copia de aquella.
Sin llevar a cabo un debate profundo de los planteamientos del heleno lo que es cierto es que la idea era esencial sobre todo para entender nuestra realidad. Por desgracia, veinticinco siglos después la idea ha perdido totalmente la batalla frente al mundo material que la ha relegado a un plano imaginativo e insustancial. Lo que podemos tocar es cuantificable, y como cuantificable puede generar valor: esta es la clave del mejor sistema productivo.
Por desgracia, la gran mayoría de las empresas ignora el poder de una cultura organizativa basada en la idea y no, en el mejor de los casos, perseguidores de ella.
Como empresarios en un mundo de cambios frenéticos es necesario aliarse con el ejército en retirada de las ideas desde ya. Ser esencialmente creativos, es decir, contar con un ADN capaz de – como expone Frank Levy, economista del MIT – «saber qué hacer cuando las reglas se agotan o no hay ninguna para empezar». Por otro lado, este enfoque está íntimamente unido a nuestra condición de seres humanos insatisfechos en continua búsqueda frente al status quo por lo que en cierta medida es connatural a nosotros.
Desde que un empresario asume su rol como tal (generalmente este hecho se produce a los pocos segundos de tomar esa decisión, cuando descubre que los obstáculos se suceden al ritmo de los gastos) casi a la par reconoce que su tabla de salvación o de éxito la encontrará en la diferenciación, y al doblar la esquina siguiente, se da cuenta que esa añorada diferenciación está íntimamente ligada a la creatividad (aunque él pueda llamarla de cualquier otro modo).
Siempre he tenido la sensación de que la creatividad, al menos en su encuentro en la empresa, se minimiza en una serie de recursos cuyo objetivo principal es preocuparse solo de atender a nuestro potencial imaginativo mediante técnicas como juegos, efectos visuales, post-it de colores, etc. Todo esto está muy bien, puede llegar hasta ser necesario, pero entiendo que no es suficiente para abordar la problemática de la creatividad en un entorno tan complejo como la empresa. El mero hecho de imaginar y creer que hemos roto esquemas aprovechando el resultado de la genialidad de alguna herramienta creativa no es suficiente para garantizar que esa idea creativa generará un proyecto competitivo. La creatividad tiene mucho de antes, mucho de durante y mucho de después.
Por ese proceso de mimetismo empresario-empresa el conocimiento técnico y el intelectual del empresario se han de ligar a otra serie de capacidades humanas, incluidas las emocionales, las habilidades manuales o la espiritualidad para identificarse con un estilo creativo permanente y productivo. En este sentido la idea empresarial es el resultado de un cruce mucho más complejo que la casualidad, la convicción de que la idea precede y supedita al éxito empresarial, aunque esta última reflexión nos la aportará – y que apropiada en estas fechas navideñas – un pavo.