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«Da mihi animas caetera tolle» (un tributo sincero y agradecido a la creatividad de don Bosco)

El Propósito de Transformación Masiva (PTM) marca el espíritu de crecimiento de las grandes Organizaciones Exponenciales (ExO – aquellas, entre otros aspectos, «cuyo impacto o resultado es desproporcionadamente grande – al menos diez veces superior – al compararla con sus iguales»), les hace pensar a lo grande, consuma sus últimas y motivadoras aspiraciones y da respuesta a dos porqués críticos: ¿por qué funciona? ¿por qué existe la organización?

 

Hoy deseo hacer hincapié en la necesidad de que las organizaciones, independientemente de la industria en la que se muevan, se aferren sin fisuras a su PTM y desde él irradiar creatividad.

 

Siempre me ha llamado la atención como don Bosco, aquel muchacho pobre de un pequeño pueblecito italiano cercano a Turín y a la postre sacerdote fundador de la Congregación Salesiana que entregó hasta la extenuación su vida a favor de la educación de la juventud, percibió – seguramente sin saberlo, aunque me extrañaría – el poder de los PTM y estableció, con irrepetible definición, para el proyecto religioso al que se sentía llamado y como fuente de inspiración a futuro un PTM radical: «Da mihi animas caetera tolle» (Dame almas y llévate lo demás). A su muerte ya los salesianos estaban extendidos por Italia, España, Francia, Argentina, Uruguay y Brasil, entre otros países, llevando su espíritu a través de un estilo educativo genial a miles de jóvenes desfavorecidos. Sus sucesores lograron expandir su proyecto hasta contar al siglo de su muerte (1888) con 16.913 salesianos, 15.308 salesianas, más de cientos de miles de alumnos, cooperadores, antiguos alumnos y simpatizantes de la llamada Familia Salesiana, esparcidos por el mundo. Este crecimiento es una prueba clara del poder de los PTMs y su impacto en todo el modelo de «negocio» (en este caso espiritual, que en cierto sentido es una transacción), incluyendo su repercusión en la creatividad que da alas a las iniciativas que se ligan inextricablemente a ellos.

 

Me llama la atención como en España, imagino que en algún otro país más, el PTM originario de don Bosco y de la esencia de la congregación – por cierto esta huida a ninguna parte la han llevado a cabo la inmensa mayoría de los institutos religiosos conformados en origen con un carisma educativo – ha sido conculcado por un «Da mihi animas, al que se ha añadido sin ningún disimulo pero que vengan almas a nuestros centros educativos solo como consecuencia de convenios firmados con la administración bajo la fórmula de concertación educativa, caetera tolle «. El sistema de concertación obliga – sarna con gusto no pica – a que sean admitidos en sus centros de formación reglada solo los chicos y chicas que cumplan con los requisitos establecidos y taxativamente fijados por la administración bajo un «criterio de paridad y transparencia absoluta», relegando uno de los pilares indelegables y fundamentales de cualquier organización: el poder de dirección que en última instancia, lo vistamos como lo vistamos, queda sometido a un externo. Cabría pensar que María Auxiliadora, valedora de la sociedad salesiana, haya decidido en coherencia con los nuevos tiempos inspirar a los responsables salesianos de que procuren el ingreso de niños y niñas en la formación en el espíritu de don Bosco exclusivamente a través del baremo resultante del proceso de selección dentro de los conciertos, dejando al resto fuera en atención al riguroso orden de admisión establecido por la correspondiente administración pública. Aunque más preocupante resultaría pensar que alguno de sus directivos tuviese el seguro convencimiento que María Auxiliadora no podría inspirar algo así jamás. No coments.

 

Nadie es tan ingenuo de pensar que no existe cierta exigencia de contraprestación en el modelo de concertación por parte de la administración pública que financia y que consecuentemente tal dádiva generará una obligación de asumir duras servidumbres que afectan radicalmente a su ideal – sarna con gusto no pica – en las que no me detendré, me interesan más las consecuencias de esta sujeción en su PTM y reflexionar si es posible garantizar un PTM cuando se ve afectado con una alteración tan radical.

 

Surge una primera escapatoria – las organizaciones tienen un sentido innato de defender a ultranza su PTM aunque esté haciendo aguas y mantenerlo a flote – en la que se alega que sin esta gratuidad serían colegios elitistas, solo para ricos (como si el sistema de conciertos frenara en seco la entrada de niños y niñas de familias pudientes en los centros públicos, como si estos fueran apestados o como si la pobreza se asociara actualmente en nuestra sociedad solo a la carencia de dinero). No entro a valorar, de nuevo, el escaso candor popular que se produce cuando estamos ante cursos de bachillerato en los propios centros en donde los alumnos y alumnas, al no existir concertación, abonan la totalidad o prácticamente la totalidad de la matrícula, sino las consecuencias de esa elección al socavarse radicalmente los cimientos del PTM. Socavados los cimientos de la organización por mucha creatividad que logre generar la organización en temas puntuales, por ejemplo, es una creatividad que gira sobre sí misma pero no es ascendente ya que carece de foco de atracción. Dura lo que dura un suspiro y vale para lo que vale.

 

Se puede pensar que los colegios están abarrotados y además, con mucha demanda año tras año. Nadie lo duda, por supuesto, pero siempre para garantizar el futuro de la organización es preciso clavar insistentemente la mirada en el PTM, en el espíritu genuino que lo proyecta y cuestionarse desde él ya que representa el ADN y el combustible para caminar contra viento y marea, y aquí los datos también son llamativos: disminución drástica de vocaciones – auténticos impulsores del modelo y pruebas sin ningún género de dudas de la proyección real del PTM -, reducción del poder competitivo de la diferenciación que en el siglo XXI se basa en lo genuino como demuestran teorías como el Long Tail, eliminación del elemento clave que cohesiona radicalmente una comunidad en torno al principio fundamental de la fidelización – clientes evangelistas -, alejamiento del espíritu del fundador, etc. Ante la congratulación por unas cifras de alumnos y alumnas desbordantes yo, por un lado, les invitaría a que volvieran la mirada al Pavo de David Hume que parece batir las alas en esta época políticamente convulsa en nuestro país, aquel plumífero que, pese a ser alimentado siempre a la misma hora y en el mismo lugar por un atento granjero, desconocía la pobre ave la existencia de un día de Acción de Gracias y, por otro lado, les animaría a aplicar la técnica Lean de los «5 por qués» o del «árbol del dolor de muelas» de Charles Kettering, jefe de investigación de General Motors, aportarán mucha luz al tema.

 

Otra tabla de salvamento del PTM a la que se acude – que por cierto nada tienen que ver con él sino que da prueba en sentido contrario de la genialidad de don Bosco: «caetera tolle» – es el miedo a cómo mantener las grandes infraestructuras y todo lo que ellas implican. Una lectura adecuada de los signos de los tiempos que ya intuyó su fundador les llevará a sus gestores a pensar como organización exponencial (siempre claro está que el deseo insaciable de don Bosco de más y más almas siga en pie) y prestar atención a los Leveraged Assets o activos externos que actualmente son externalizados insistentemente («no-propiedad es la clave para poseer el futuro», Salim Ismail) y volver en esencia al refrán popular «zapatero a tus zapatos». Igualmente sería interesante detenerse reflexivamente en el primer y radical principio Lean que tantos beneficios le ha reportado a Toyota «base sus decisiones de gestión en una filosofía a largo plazo, a expensas de lo que suceda con los objetivos financieros a corto plazo» (aplicable a prácticamente todo y para mí muy especialmente en temas religiosos) y, por último y más importante, echar la vista atrás, a la espectacular creatividad de su fundador, don Bosco, que ofrece pistas muy llamativas para evitar alterar desgarradoramente su PTM.

 

El PTM de las organizaciones, es la genuina visión única y disruptiva de los promotores que intuyeron a través de él su llamada a cambiar este mundo, hoy, mañana y siempre. Google hace gala de un PTM como «Organizar la información mundial». Algo que vale para ayer, para hoy y para mañana, por eso si pensase el gigante de internet en organizar la información solo de Estados Unidos habría fijado límites no solo a su PTM, además habría levantado un muro a nuestro progreso como sociedad con quien su PTM ha adquirido un compromiso. El PTM genera una cultura única en la organización, una cultura que engancha a los de dentro y a los de fuera que se sienten atraídos por su coherencia y las consecuencias incomparables de la misma. Por eso el PTM no cambia, no se adapta no se negocia con él. Cambia, se adapta o se negocia con los caminos para llegar a él, jamás con la meta porque si ésta cambia, se adapta o se negocia, difícilmente podremos alcanzarla y perderemos el rumbo.

 

Allí donde estés gracias don Bosco por esta lección magistral.